Siempre fui una mujer que le ha gustado nadar contra la corriente. Dime que no se puede hacer algo, y buscaré todas las formas para demostrarte que sí se puede. ¿Terca?, probablemente. Yo me llamaría perseverante. Pero gracias a esa energía y empuje, he podido tomar decisiones desde pequeña que me han traído hasta acá.
Empecé a practicar Taekwondo a los 4 años, y no paré hasta que después de 10 años, logré conseguir mi cinturón negro. Muchas veces estuve a punto de tirar la toalla, pero mi madre siempre estuvo ahí levantándome para que cumpliera mi objetivo. Me demoré, pero lo logré. Este deporte me enseño mucho acerca de la disciplina, respeto y responsabilidad, lo cual me daría cuenta muchos años después.
A los 15 años estaba aburrida, así que decidí retomar lo que había dejado a medias; navegar. Era tanta mi felicidad sentir el viento y el agua salpicando sobre mí cada vez que entraba al mar, que prefería entrenar todos los fines de semana, a asistir a reuniones sociales. Esta perseverancia y dedicación me llevó a tener una experiencia única; participar en el mundial juvenil de Sunfish. Nunca me imaginé que cuando compitiera fuera de mi país, lo hiciera sin un entrenador. Jamás había armado un bote de cero, y fue aquí, a mis 18 años, que tuve que solucionármelas para salir a la cancha y representar a mi país. Una experiencia que realmente me hizo crecer y madurar en varios aspectos.
Ese mismo año, comencé una nueva etapa en mi vida; la universidad. Sabía que me espera un largo periodo para terminar, pero solo bastó que casi me jalaran en un curso, para darme cuenta que quería acabar mi carrera en 5 años y sin llevar clases en verano.
¡Estaba totalmente decidida, y lo iba a hacer! Así que mientras estudiaba para aprender todo lo que pudiera y tener las mejores notas, buscaba salir de mi zona de confort, viajar y aventurarme, que era lo que más me gustaba.
Empecé mis primeros dos ciclos con el pie derecho y con las mejores locuras; saltando de Bungee Jumping y metiéndome a nadar al lago Titicaca. ¡No pudo haber sido mejor año!
Fue en esta época que empecé a viajar poco a poco, especialmente por carretera. Primero en viajes de unos cuantos días y cerca a Lima, para luego emprender excursiones de semanas y más alejadas de la capital.
Con el pasar de los años y buscando diferentes aventuras todos los meses, logré explorar varios rincones de Perú que nunca imaginé que podría hacerlo a mis menos de 21 años. Ahí descubrí que mi pasión eran los viajes, y más que todo, ¡la naturaleza!
Muchas caminatas, deportes de aventura, excursiones por la costa, sierra y selva, inconvenientes en carreteras, trochas y pequeños accidentes, fueron las experiencias que necesitaba para ser la mujer que soy ahora.
Este año, gracias a todo lo que había vivido, me sentía tan confiada conmigo misma, que tomé la decisión de irme sola a Europa por casi 1 mes, sin saber exactamente qué iba a hacer.
La oportunidad se presentó. Yo solamente la tomé. Mi vuelo llegaba a Portugal y regresaba por Suiza. En menos de 2 días compré algunas conexiones entre países sin saber exactamente qué iba a pasar. Pero confiaba en mi instinto. Sabía que todo iba a estar bien.
Llegó la hora de tomar ese avión. Ese avión que cambiaría mi vida en muchos sentidos.
Me sentí libre. ¡Estaba viajando sola!
Todas las decisiones que iba a tomar por las siguientes semanas iban a depender solamente de mí, y eso me encantaba.
Durante mi viaje pasó de todo. Nuevos amigos, idiomas, lugares, culturas…
Cada día compartía cuarto con personas diferentes. Lo más gracioso fue que nunca eran mujeres, siempre me tocaban “roomies” hombres, y yo me preguntaba, “¿dónde están las mujeres viajeras?”. Pregunta que muchas veces me sigo tratando de contestar.
¡Me perdí! Sí. Tuve que meter la pata…
Mi primera vez sola en un tren para llegar a otra ciudad y me pasé mi parada. Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, me tomé 5 minutos para hacer catarsis y luego matarme de la risa. ¡Obvio!
Al sexto minuto empezó la lluvia de ideas para tratar de solucionar el problema, ya que eran las doce de la noche y me encontraba en una ciudad que en mi vida había escuchado; ¿Braga? Sí, Braga, no Praga.
Mis soluciones iban desde dormir en la misma estación de bus encerrada en un baño, hasta tomar un taxi de regreso a Oporto y pagar 50 euros. No elegí ninguna de las dos, y decidí usar mi “portuñol” para encontrar un hospedaje que me quisiera recibir.
¿Me falto comentar que decidí no comprar internet durante mi estadía en Portugal?
¡Más aventura!
Fueron dos horas muy intensas. Estaba caminando de noche con todas mis cosas por una ciudad que no conocía y ni sabía que podía ser peligrosa. “Con fé Ema” – era lo único que me repetía.
Por suerte conseguí un lugar donde pasar la noche y todo volvió a la normalidad.
Ahora me pregunto, qué hubiera pasado si tenía la oportunidad de volver al pasado y hacer las cosas diferentes. Pues no hubiera cambiando nada, ya que gracias a esta “metida de pata” puede tener otra aventura.
Ahorrar era la esencia de este viaje. Por eso, tomar varios buses, trenes y caminar para llegar a lugares distintos, a mi parecer, exóticos, eran imprescindibles.
Playas dentro de reservas naturales en Portugal, grandes cataratas en Croacia, coger un bote y navegar alrededor de las islas de Pakleni frente a Hvar, fueron el toque de adrenalina que le di a mi viaje.
¿Quién hubiera pensando que lo aprendí durante esos años que navegué, me servirían en Croacia?
Aquí fue cuando me empecé a dar cuenta que todas las experiencias previas; desde la disciplina y responsabilidad en el Taekwondo, la perseverancia en el Sunfish y mi afán por solucionar todas las cosas, fueron claves para que una chica de 23 años recorriera otro continente en busca de aventuras sin ningún problema, porque siempre había una solución.
¿Alguna vez han sentido que personas nuevas que entran en su vida, dejan una pequeña huella en ustedes, y cómo es que ustedes también dejan algo importante en ellas?
Fue otro de los sentimientos que descubrí en este viaje.
En el camino conocí a varias personas, pero Verónica, una chica californiana de 30 años con quien nos hicimos inseparables los días que estuvimos juntas en Portugal, se convirtió en alguien que dejó una huella importante en mí. Sin conocerla tanto, ya la admiraba. Una mujer sencilla, luchadora, fuerte y con sueños, grandes sueños. Cada vez que conversábamos sentía que era yo dentro de algunos años. Me reflejaba mucho en ella.
Gracias a estar abierta a descubrir nuevas culturas y formas de pensar, me di cuenta que por más que vivamos en lugares distintos, podemos seguir siendo personas que compartimos los mismos valores y sueños. Y eso es lo que nos une a los demás.
“Me has hecho ver la vida de una manera diferente” – fueron las palabras de otra persona que conocí en el camino. Otro momento en el que me di cuenta que nuestras experiencias pueden ser muy poderosas y valiosas para otros, permitiendo dar un giro grande en sus vidas. Por eso, nunca olvidemos de compartirlas.
El último destino de mi viaje era Suiza. ¡Qué lugar para más hermoso!
Gracias a un amigo que conocí en Perú y a las coincidencias de la vida, pude desconectarme nuevamente de la ciudad e internarme en las montañas. Laurent, tan práctico, sencillo y con una verdadera alma aventurera, me hizo reforzar una idea a la cual le estaba dando vueltas hace mucho tiempo: que con poco se puede tener mucho.
Y que es muchas veces nos acostumbramos a hacer lo que nos dice nuestro entorno que “debemos hacer”, pero ¿alguna vez se han preguntado si eso es lo correcto para nosotros?
Todas las experiencias que había tenido en este viaje me ayudaron a consolidar mis ideas, pensamientos y formas de pensar. ¿Cuál era mi sueño? ¿Qué era lo que realmente quería hacer? ¿Para qué estaba viviendo?
Todo lo que pasamos en nuestra vida; experiencias buenas, malas, altas y bajas, son necesarios para estar donde tenemos que estar. Si no, ¿de qué otra manera llegamos aquí?
Acá, de vuelta en Perú, me siento otra. Me siento renovada y con más energía que antes. Más madura y con ideas más claras de lo que quiero para mí y cuál es el impacto que quiero hacer alrededor mío.
Uno no se da cuenta, pero los viajes cambian mucho a las personas. Y si algo he aprendido en este último año, es que las oportunidades están en todos lados, nos rodean, y que la verdadera suerte está en detectarlas para no dejarlas pasar.